Figuras hermosas, imágenes pulcras y nítidas cuyo equilibrio entre sombras y luces atrapen la mirada del espectador, son siempre un atractivo propósito para los amantes de la fotografía, sobre todo para aquellos que dedican especial atención a los detalles (desde los más pequeños, hasta los más grandes). Un gran número de fotógrafos dedicados al retrato, la fotografía de producto o de moda, por mencionar algunos ejemplos, han encontrado en los editores digitales de imagen un excelente aliado para la consolidación de sus mejores composiciones fotográficas, ya que es a través de su uso que han podido “corregir” y “mejorar” ciertos aspectos de su trabajo.
Sin embargo, aún hoy en la era moderna, y cada vez un poco más digital, en la que vivimos es posible escuchar acaloradas conversaciones acerca de si es correcto el uso de estas herramientas o de si existen límites al momento de emplearlas. ¿Son acaso Lightroom o Photoshop los ejemplos de lo éticamente incorrecto? ¿Son los indicadores de que el talento y visión artística son cosa del pasado? O por el contrario ¿son sólo una extensión de la creatividad y destreza que todo fotógrafo posee?
Durante la época en que las cámaras análogas reinaban en el mundo con sus rollos y sus “artesanos” procesos de revelado, la modificación de las fotografías capturadas no figuraba ni siquiera como tema de conversación. Para los fotógrafos de varias décadas atrás la única forma de conseguir una imagen “perfecta” era después de muchas horas detrás de la lente, de un momento afortunado o de un ambiente preparado hasta el más mínimo detalle para conseguir tal propósito. Con lo anterior no queremos decir que hoy en día los profesionales no inviertan tiempo, esfuerzos y recursos para su trabajo, sino que tiempo atrás no tenían otra opción.
Con el desarrollo de la tecnología y medios digitales el mundo de la fotografía vio modificarse algunos de sus paradigmas, sin embargo, en esencia permaneció, sólo que ahora puede apoyarse de otros elementos para conseguir sus metas visuales. Es justo en este punto en el que el debate comenzó, pues mientras que para algunos los programas de edición de foto sólo eran un “apoyo”, para otros significaba un “reemplazo” del trabajo que sólo un ojo entrenado podría conseguir sin recurrir a ayuda extra.
Quizá para una gran mayoría de espectadores, el uso o no de un programa de edición no signifique nada. Empero, existe una parte del gremio artístico de la fotografía que considera que no es así, que la elección de usar o no un programa de edición hace la diferencia y… puede que sea cierto, que realmente hace una gran diferencia, pero no tiene por qué ser en un sentido negativo. Por el contrario, puede terminar de aportar lo que el fotógrafo desea capturar.
“Todo depende del cristal con que se mire.”
Para la gran mayoría de fotógrafos del mundo, como ya hemos dicho, los programas de edición son parte de sus herramientas esenciales de trabajo del día a día, pero tal vez permanezca alguno que prefiera no emplearlas, lo que no lo hace ni más ni menos profesional que el resto. La idea que tenemos acerca de la fotografía, de lo que queremos capturar o transmitir con cada creación varía de acuerdo a la visión artística que cada uno posee, por lo mismo no es de extrañarse que aun cuando dos personas retraten un mismo evento, sus imágenes proyectarán cosas distintas.
En cierto sentido, es posible decir que los programas de edición son ya parte inherente del trabajo de un fotógrafo profesional, usarlos o no, abusar de ellos o no, son decisiones que corresponden a los propósitos de quien está detrás de la cámara. El ideal, como siempre, es que estas herramientas se mantengan sólo como un apoyo, una herramienta para dar el toque necesario a cada imagen y que sea el talento y “ojo artístico” el encargado de llevar a cabo el trabajo de composición que hace de la fotografía un arte. Al final, el juicio y decisión son tuyos como fotógrafo o espectador, sólo recuerda que imágenes editadas o no editadas han tenido el poder de impactar, provocar sentimientos y cautivar la mirada, no por su proceso “natural” o “modificado”, sino por el cúmulo de elementos que una mente creativa ponen en juego.